martes, 27 de julio de 2010

UN POEMA DE RUBÉN BONIFAZ NUÑO

Compremos billetes de lotería
para presentirnos importantes:
es bueno querer la mugre,
pues mientras hay mugre hay esperanza.

R. B. N.


La pobreza no es poética, pero sí es poetizable. Uno puede esconderse en su pobreza, o puede intentar esconder su condición de pobre, en un afán de dignidad. Pero la pobreza es doliente porque degrada al individuo ante sí mismo; el mito del pobre feliz es un invento triste del conservadurismo más desalmado.
La lírica del siglo XX ha hecho de la pobreza uno de sus temas preferidos; lo vemos, por ejemplo, en la poesía de Vallejo o en la de Miguel Hernández (La cebolla es escarcha cerrada y pobre, escarcha de tus días y de mis noches). En nuestro país, uno de los poetas que han hecho de la pobreza toda una poética es Rubén Bonifaz Nuño.
Lo que llama la atención en la poesía de Bonifaz es la forma en que vincula la pobreza con todas las circunstancias que están alrededor de ella: el desamor, el desamparo, la desolación. El poeta veracruzano no se descarna ante el hecho; su actitud es más bien de un estoicismo desesperanzado y sin solución de continuidad. La pobreza entendida como destrucción, como miedo y como soledad es la marginación mayor, tan extrema que ni siquiera vale el sufrimiento: ser pobre es estar arrinconado económica, mental y emocionalmente, es haber perdido la batalla sin haber siquiera tenido la oportunidad de luchar o la posibilidad de tener rabia. Bonifaz Nuño tiene en su poesía una gran habilidad para desacralizar la tristeza, para desolemnizarla y con ello hacerla más dramática. Su poesía es ese clavo en nuestra espalda dejado por la mujer amada con una sonrisa angelicalmente perversa.
Recordando su sabia recomendación de que un poeta siempre tiene que padecer por los amores de alguna mujer, yo quiero desde aquí mandarle una salutación humilde al Doctor Bonifaz, recordando uno de sus grandes poemas, contenido en su libro Los Demonios y los Días.
Felicidades, Doctor, y larga vida.

Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
—pues uno no sabe bailar, y es triste—;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;

para los que saben con amargura
que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;

para los que fueron invitados una vez;
aquellos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta,
ya mucho después de entrados todos,
supieron que no se cumpliría
la cita, y volvieron despreciándose;

para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
o vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;

para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;

para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia
porque no serán consolados,
los que no tendrán, los que pueden escucharme;
para los que están armados, escribo.

jueves, 22 de julio de 2010

APOLOGÉTICA DEL PUNTO




Para Juan García Tapia


Sin necesidad de estar en parte alguna, el punto es infinito.

Hecho sólo de sí, confeccionado a partir de los insomnios del instante, el punto es la mejor evidencia del poema.

Ya pudiera la línea someterse a los designios de cualquier Euclides. Ya pudiera desesperar cualquier circunferencia esperando la hilaridad de los espejos. Algunos catetos descansan silenciosamente en la punta de un cuchillo o entre las ansiedades de la pera. Pero el punto es, simplemente, su propia magnitud, su principio y su deslizamiento hasta el nunca-jamás.

Personaje en los delirios de los geómetras, secreción de nuestros sueños, el punto es el espacio fuera del espacio donde se separan la palabra y el silencio; es el lugar que está en ningún lugar, es el sitio que buscan nuestros ojos cuando quieren olvidarse de ser ojos. El punto es una hazaña de la sencillez.

En la continuidad de lo fantástico, el punto es como un cero calzado de números extraños; en él hay un vacío colmado de ansiedad y de oraciones inconclusas por las que el aire pasa, carcajeándose.

Lejos del sofisma, solo, el punto nos aguarda en algún punto de nuestra propia sangre, para recordarnos la dimensión del mar y del suspiro.

lunes, 19 de julio de 2010

¿HISPANOFILIA V.S. HISPANOFOBIA?

La discusión apenas empieza a tomar forma (tal y como debe acontecer con las buenas discusiones). Lo que sucede en el caso de la estatua a los Montejo tiene muchas aristas y por ello nos resulta difícil de aprehender.

Creo, sin embargo, que un primer desbroce del terreno abrirá los vectores reales de la discusión y nos permitirá reconocer con más claridad los argumentos de cada una de las partes en conflicto, así como la calidad de los mismos.

La primera premisa es clave: no se trata de una discusión entre hispanofóbicos e hispanofílicos, pues si vemos el asunto de esta manera estaremos perdiendo la dimensión histórica del conflicto y ésta se constituye como el punto de partida de las demás.

Lo que está en el fondo de esta discusión es una visión de nuestra historia, y particularmente de un pasaje fundamental de la misma: la Conquista.

Ante ese hecho se destacan dos posturas: una que considera la Conquista como una bendición para el hombre de estas tierras, y otra que la valora como un crimen de lesa humanidad.

En el primer caso se considera que las culturas autóctonas eran semi-salvajes y que el progreso y la civilización se hicieron presentes gracias a la llegada del hombre europeo. Se piensa que éste trajo la luz del conocimiento, la ciencia, la fe e incluso nos regaló una lengua aristocrática y noble.

En el segundo caso se considera que, bajo las trampas de la evangelización, se dio pie a un etnocidio de dimensiones tan grandes que hoy día seguimos padeciendo sus efectos.

Así, quienes sostienen la primera tesis, consideran legítimo y hasta necesario honrar a los conquistadores. En sentido contrario, quienes sostenemos que la Conquista fue un crimen de lesa humanidad, pensamos que es un atropello el que se haya instalado una estatua para celebrar a quienes tanto daño nos hicieron.

Esta postura abre muchas reivindicaciones que van más allá de lo histórico. La más visible de ellas es de carácter étnico (de la cual ya hablé en cierta forma en una entrega anterior); sin embargo, el asunto es todavía más interesante pues nos lleva al ámbito de lo cultural, de lo político, de lo estético (la estatua es horrenda) e incluso a los terrenos de lo jurídico donde habrá de ventilarse el derecho que todos tenemos a una ciudad cuya vocación democrática se manifieste en todos sus rincones y en todas las prácticas de sus actores sociales.

La sociedad civil empieza a organizarse para quitar esa estatua ignominiosa. Debemos, sin embargo, hacer un esfuerzo conceptual para saber qué estamos defendiendo y qué debemos hacer para que esta defensa sea eficaz, de tal manera que podamos ir más allá de una estatua o del nombre de una avenida. Habrá que lamentar que, hasta ahora, las autoridades municipales se mantengan en silencio al respecto. El asunto, sin embargo, se está discutiendo con seriedad y esto permite ver que la sociedad civil de la capital de nuestro Estado está en un interesantísimo proceso de maduración política. Estas notas son una modesta contribución a ese afán.

miércoles, 7 de julio de 2010

CAMBIÉMOSLE DE NOMBRE…


Cuando se inauguró la Ciudad Universitaria, en la primera mitad de los años cincuenta del siglo pasado, la comunidad estudiantil decidió que era tiempo de tener una presencia mucho más activa en la Capital del país. Así, la avenida de acceso a las instalaciones que, si no me equivoco, se llamaba Miguel Alemán, empezó a ser denominada con su nombre actual: Avenida Universidad.


La historia se hizo de manera muy simple: todas las mañanas los universitarios sobreponían a la nomenclatura el nombre que ellos habían decidido para esa arteria y al gobierno capitalino no le quedó más remedio que oficializar una nueva denominación para ella.


Ahora que nuestras oligarquías nos impusieron un monumento a los conquistadores españoles (que nos trajeron muchísimas desgracias y se llevaron la poca riqueza que aquí había), se hace necesario que establezcamos un nuevo pacto con nuestros espectros históricos pues muchos son los agravios recibidos como para que todavía tengamos que homenajear a quienes nos pisotearon.


Desde luego que los sectores más reaccionarios de Mérida, que piensan en herencias de sangre, de religión y de lengua, ven con muy buenos ojos el proyecto de hacer un monumento a los Montejo. Pero, bien visto, ninguno de sus argumentos tiene peso suficiente, sobre todo si tomamos en cuenta que en algunos de ellos se encierran pensamientos fascistoides y ostensiblemente racistas.


¿Cómo conseguir una reivindicación histórica sin que seamos nuevamente atropellados y sin desconocer lo que, lamentablemente, es un hecho consumado? Los conquistadores vinieron a saquear, impusieron su fe sobre la de otros hombres a los que llamaron paganos e idólatras; nos dieron ciertamente una lengua hermosa, pero a cambio de socavar el universo lingüístico lleno de magia y de poesía con que los hombres de estas tierras se comunicaban.


¿Por qué habríamos de homenajear a aquellos que incluso dudaron de nuestra cabal humanidad, la cual sólo admitieron por conveniencia, ya que muchos de ellos se habían amancebado con indias y, por tanto, si ellas no eran consideradas seres humanos, ellos habrían caído en el pecado mortal de zoofilia?


El mestizaje es una realidad, y por ello no debemos albergar rencores por el pasado, pero tampoco debemos olvidar y mucho menos rendir culto a quienes no tuvieron piedad por el hombre de estas tierras, esa piedad cristiana que tanto pregonan hoy día muchos de los que siguen pisoteando la dignidad de los indios y de muchos mestizos. Esa piedad que muchos españoles no han aprendido hoy día a tener (recordemos el caso de la muchacha guatemalteca salvajemente golpeada en un estación del metro en Madrid).


No sé si podamos hacer algo para revertir el atropello que ya se consumó. El monumento a los conquistadores es un insulto para todos, una agresión que no debe dejarnos con los brazos cruzados.


Utilizando entonces los mismos argumentos de la oligarquía local, renombremos el Paseo de Montejo y pongámosle Paseo del Mestizaje (ya alguna vez se llamó efímeramente Nachi-Cocom, pero la burguesía se encargó de que ese proyecto abortara). Busquemos la manera de que la salida a Progreso tenga un gran monumento al indio maya para que así saldemos algunas deudas históricas, al menos a nivel simbólico. Rebauticemos la calle 60 con el nombre de Calle de los Indios, sólo así comenzaremos a tener una ciudad de la cual sentirnos orgullosos, no este ominoso enclave fracturado en la calle 63, que divide a los que viven incluso con grandes lujos y mucha prepotencia, de los que sobreviven miserablemente.


Mérida nos merece a todos y debe ponerse a la altura del tiempo, no solamente abriendo grandes avenidas para los automóviles lujosos, sino dando una señal de equidad que sea un ejemplo para el mundo y un coto para el abuso de los poderosos locales. Me parece justo que reconozcamos la parte española de nuestra herencia mestiza, pero no que besemos la mano que nos hizo daño y mucho menos dejar de reconocer que los verdaderos dueños de estas tierras todavía siguen por aquí.


Asimismo, no debemos caer en la trampa de que porque en Mérida existen avenidas como Cupules o Itzáes, todo el crisol de nuestra cultura está representado en la Capital yucateca. Cupules e Itzáes son linajes o, si se quiere, dinastías, y, por tanto, esas nomenclaturas no honran tanto al pueblo de a pie como a una élite. Ello es perfectamente coherente con la idea de que son las oligarquías las que hacen que el mundo funcione, tal y como la reacción quiere hacernos creer. A fin de cuentas, la nomenclatura permite legitimar una visión del mundo que los habitantes de Mérida —por fortuna— ya no compartimos.


Así, haciendo uso de nuestro derecho a la ciudad y a la Historia, me uno a la idea del Pbro. Raúl Lugo para tirar la estatua de los Montejo, y añado a ella la propuesta de cambiarle de nombre al Paseo y a otras calles, para que la reivindicación empiece a tomar forma. Sólo pido que éste sea un acto ciudadano y no el botín político de algún partido o de algún personaje perverso.


No esperemos hasta el 12 de octubre, comencemos las acciones ya.

José Díaz Cervera

lunes, 5 de julio de 2010

SOBRE LA ANIQUILACIÓN CULTURAL

SOBRE LA ANIQUILACIÓN CULTURAL
JOSÉ DÍAZ CERVERA
A veces, las secciones de espectáculos de los periódicos y noticiarios tienen ángulos interesantes. Más allá de su aparentemente necesaria frivolidad y del universo superficial que hay en ellas, hay también imaginarios y aspiraciones que se constituyen como elementos importantes de nuestro universo axiológico y de nuestra rutina.
Desde luego que no se trata de afirmar que en el mundo del espectáculo se encuentren sesudos análisis de nuestra realidad, el asunto va más bien por otro lado.
Ahí está, por ejemplo, Paquita la del Barrio pidiendo perdón a la comunidad gay (que en buena medida contribuyó a su popularidad) por unas declaraciones fascistas hechas hace algunos meses. No estamos, desde luego, ante una rectificación ética, sino ante una fallida estrategia mercadotécnica que no termina en el hecho mismo, sino que se queda resonando en una sociedad que, a pesar de las leyes y de los planteamientos políticamente correctos, no deja de mostrar su intolerancia.
Ahí está también una aparente polémica entre el argentino Fito Páez y el guatemalteco Ricardo Arjona; el primero hablando de la aniquilación cultural de su país sintomatizada por el éxito de un compositor y cantante mediocre y machista como lo es el centroamericano, quien se defiende afirmando que Páez está en decadencia.
Estos dos casos pueden leerse de maneras distintas. Desde luego, si vemos en ellos un asunto estrictamente mediático, nos perdemos de muchos aspectos reveladores de los mismos. El sainete de la cantante de la colonia Guerrero ha movido muchas cosas. Basta seguir por la internet los comentarios de la gente a la noticia difundida en torno a lo que sucedió en una disco de la ciudad de México —donde la cantante pidió perdón a la comunidad homosexual y reconoció que ésta está también constituida por seres humanos (¡!)—, para darnos cuenta de que bajo un escándalo del antes llamado “star sistem”, hay una sociedad que se mueve dentro de un ámbito muy primitivo de afinidades y rechazos que son potenciados por una declaración que de ninguna manera puede verse como desafortunada, ya que expresa con claridad lo que la cantante piensa sobre los homosexuales.
El caso de Fito Páez y Arjona también tiene aspectos interesantes, ya que el primero se queja de los espacios ganados por el cantante centroamericano y ve en ello una demostración del proceso de aniquilación cultural que vive su propio país, que prefiere una música ramplona y anodina como la del cantautor guatemalteco, por encima de la música de íconos del rock en español como Charly García.
Quizá Páez tenga razón, y probablemente sus declaraciones no vayan tanto en contra de Ricardo Arjona como de un país que todos los días encuentra la manera de derrotarse culturalmente.
A fin de cuentas, un mundo que le da demasiada importancia a las opiniones en detrimento de los diagnósticos y los argumentos, parece ser un mundo irrespirable y sin salida, listo para reproducir nuestra barbarie. Lo peor de todo, sin embargo, es que aun cuando vivamos en niveles cada vez más precarios de indignidad, estamos más que dispuestos a ser pisoteados y hasta solicitamos nuestra ración cotidiana de intolerancia, de vacuidad y de estupidez.
A la mano tenemos un ejemplo: miles de jóvenes estuvieron hace dos meses en Mérida para participar en las jornadas de la mayor televisora del país, atraídos por la posibilidad de darse una salpicadita de glamour (léase mierda). Estos jóvenes, que en su mayoría son analfabetas funcionales, quieren ser parte de ese engranaje que nos mantiene en la lona desde hace más de cincuenta años, y que ha llevado a nuestro país al borde de la aniquilación cultural.
A veces asomarse a lo que sucede en el llamado mundo del espectáculo es asomarse a mirar cómo se va cancelando el futuro y cómo se sustituye nuestra imaginación por el estiércol. Lo curioso es que en nuestra sociedad haya una gran ansiedad entre muchos por ser parte de ese mundo, aunque sea preparándole el café a un productor o cargando cajas. A veces veo los programas de Paty Chapoy para que no se me olvide que soy un perro rabioso.
Estamos listos y eficientemente preparados para que nos cargue el carajo.