viernes, 29 de marzo de 2013


 

LA DESAPARICIÓN DE LA GRAMÁTICA

 

JOSÉ DÍAZ CERVERA

 

En una segmentación un tanto laxa, podríamos decir que la historia se divide en pre-modernidad, modernidad y post-modernidad.  El primer tramo se caracteriza por su estabilidad y, sobre todo, por el predominio de lo sagrado como una manera de legitimar el orden del cosmos; su expresión típica es la oración ritual, que es cerrada y repetitiva.  Esta es una sociedad que gira en relación a un solo texto que se interpreta, además, de una sola manera.  El segundo segmento, el de la modernidad, se mueve con una estabilidad mínima y se caracteriza por la adquisición de la conciencia histórica; su forma de expresión ya no es repetitiva sino interpretativa y como mecanismo de control de la interpretación inventó la herramienta compleja de la gramática; la modernidad es el mundo de la plática y de la interacción, pero también de la lectura (las primeras gramáticas castellanas se empiezan a organizar a finales del siglo XII y se fijan a mediados del siglo XIII, en la época de Alfonso “El Sabio”).  Finalmente, en la post-modernidad, en un estado de crisis permanente, la posibilidad de interpretar la realidad a partir de reglas fijas se vuelve impensable, sobre todo con una herramienta como la gramática que, llena de normas extrañas y de excepciones, parece no tener palabra de honor.

            En un mundo que entiende la libertad como la ausencia de cualquier tipo de determinación, los órdenes comienzan a desmontarse para abrir nuestra percepción a nuevas posibilidades (una ética que no ancle en lo bueno, un arte que no tenga compromisos ineludibles con lo bello y una sociedad que no fíe su certidumbre en lo estable).  Nada es válido en todo tiempo y lugar, y ni siquiera es válido del todo: la incertidumbre convertida en uso cotidiano. Cuando vemos entonces las graves dificultades que tienen los jóvenes hoy día para entender un vocativo o una forma adverbial, pareciera que hemos propiciado una imbecilización generalizada, pero esto no es así.  Estamos, en realidad, en los albores de la desaparición de la gramática como lugar del orden y el sentido y lo peor que nos podría suceder es caer en el pánico; para ello es necesario que comprendamos el fenómeno.

            En el inventario de los lugares sociales donde acontece la cotidianidad, existe ahora un no-lugar que llamamos mundo virtual, mismo que crece y se modifica según lo ocupemos.  Contrariamente a lo que sucede en la realidad “real”, donde el espacio que ocupa un cuerpo va en detrimento del espacio que podrían ocupar otros cuerpos, en el mundo virtual se da la paradoja de que la ocupación “estira” el “espacio”; esto nos ha llevado a cuestiones inéditas donde la única certidumbre es la labilidad del cosmos.   Aunque las religiones sigan teniendo un enorme peso legitimador, cada vez es más difícil encontrar a alguien que crea que el mundo está configurado por un poder sagrado.  En la post-modernidad, Dios tiene otras funciones y, como decía mi suegro, no se mete en pendejadas.

            Así, en un cosmos percibido como inestable, la utilidad de una herramienta normativa como lo es la gramática resulta cada vez menos factible. En un mundo que como el de la modernidad privilegió el debate, la gramática era absolutamente necesaria para afinar el discurso y para controlarlo; ahora resulta extraordinariamente oneroso debatir y mucho más útil y satisfactorio exponer las ideas personales (aunque en ellas no siempre haya originalidad). La oración ritual y el diálogo, al transformarse en hipertexto, construyen un discurso móvil, vertiginoso e inaprensible, donde la diferencia entre lectura y escritura se rompe en mil pedazos, haciendo todo extraño, huidizo y complejo.  La vida concebida como una aventura en la que todo es posible y donde el tiempo y el espacio son ya ecuménicos (hoy se habla de “tiempo real”), nos llevan a una revisión cotidiana de nuestras nociones, donde resulta impracticable aquello de “Limpia, fija y da esplendor”.  Hoy parece ser que nos movemos en los valores contrarios: “Mezcla, remueve y oscurece”.  

            No caigamos en el simplismo de achacar todo a una tecnología que nos deshumaniza y que nos ha llevado a perder capacidades.  La humanidad vivió mucho tiempo sin gramática y puede volver a hacerlo sin que ello implique algún tipo de regresión; simplemente, la disposición para interactuar ha generado una ampliación horizontal del mundo discursivo y con ella un flujo sin control, desde donde nuestros paradigmas caminan hacia un (des)orden emergente.

            En un mundo en el que día con día debemos reconsiderar la validez de nuestras nociones y reconstruirlas y/o ajustarlas, la normatividad gramatical se vuelve obsoleta y, por ahora, no se ve cómo podríamos ponerla al día.  Esto, sin embargo, tal vez no sea una especie de salto en el vacío.