sábado, 30 de enero de 2016


EL ALBUR

JOSÉ DÍAZ CERVERA

Estirar las posibilidades del lenguaje, hacer más elástica la significación, romper la solemnidad de la palabra hegemónica y homenajear la inteligencia del interlocutor, todo ello cabe en esa práctica típica de la Ciudad de México a la que se le conoce como “albur”, en la que —además— se condensa una manera de la subjetividad que se expresa incluso más allá del doble sentido y el insulto procaz (que, por cierto, está proscrito de esa práctica).
            Definido como una especie de “ajedrez mental”, el albur tiene un origen misterioso aunque algunos afirman que su práctica data de la época prehispánica, cuando los esclavos utilizaban el lenguaje consuetudinario de una manera que sólo podía ser entendida por otros esclavos, para poder así comunicarse entre ellos con una mínima posibilidad de que su verdadero objetivo de comunicación sea comprendido por el poderoso. El albur es entonces un lenguaje subalterno que funciona a partir de la apropiación que una clase social hace de la lengua oficial, apropiación que, sin embargo, tiene como condición necesaria la agilidad mental de los interlocutores.
            El albur rompe los protocolos del lenguaje y le da a todo una connotación sexual, misma que ha dejado de ser patrimonio exclusivo del varón pues hoy día el albur también es practicado por las mujeres y una de sus exponentes más notables es Lourdes Ruíz, vendedora ambulante del barrio de Tepito, quien además imparte cursos y seminarios de albures finos en la Ciudad de México.
            Sin embargo, el juego sexoso del albur, al referir la acción de penetrar o ser penetrado, va más allá de sí mismo y se convierte en una práctica de esgrima en el que se enredan dos inteligencias cuya sagacidad se mide por la capacidad de producir un sentido altamente ingenioso debajo de un mensaje cuyo aspecto verbal es aparentemente consuetudinario.
            El albur entonces se convierte en una fiesta del lenguaje, mismo que adquiere connotaciones de carácter fálico. Allí la palabra jode para reafirmar una forma de la masculinidad, pero también saca ventajas ante quien no domina el código, volviéndolo delirante y carnavalesco en el sentido en que Bajtin desarrolló el concepto.
            El albur es tan difícil como fascinante; a veces es tan rebuscado que uno puede pasar años descifrando el retruécano, y para muestra dejo sólo este botón, en este diálogo escuchado en el mercado de Portales y que yo comprendí después de varios meses:
            —Se me antoja una empanada de langosta.

            —¿En Pino Suárez?




JABÓN rosa Venus (I)

JOSÉ DÍAZ CERVERA

De repente recibo en mi oficina la visita inesperada de Enrique Martín, quien me obsequia con un ejemplar de su libro más reciente. Platicamos algunos minutos e intercambiamos de manera fugaz algunas ideas sobre la trova yucateca; lo acompaño después hasta el estacionamiento —donde nos despedimos con la promesa de una charla posterior— y regreso al trabajo con muchas inquietudes en la cabeza.
            Pienso en la continuidad y en la renovación de las tradiciones culturales y supongo que es precisamente a través de la dinámica de las mismas que las tradiciones garantizan su permanencia.
            ¿Pero la trova está ahora mismo en un proceso vigoroso de renovación?
            La verdad es que no tengo una respuesta. Me parece que la trova tiene una raigambre meridana y Mérida es ahora muy diferente a la que cantaron aquellos juglares que le dieron forma a una de las manifestaciones más maravillosas de la cultura popular latinoamericana.
            Si consideramos que la sensibilidad humana es un producto histórico que nos hace más o menos receptivos a los estímulos del medio en que vivimos, entonces debemos asumir la posibilidad de que en un tiempo relativamente breve la trova yucateca deje de interpelar a las nuevas generaciones y se convierta en algo absolutamente ajeno para ellos.
            Me pregunto si los versos de una canción como “Flor con alma” estimulan la sensibilidad actual de muchos yucatecos. Aquello de “es meridana, no es casquivana…” parece muy ajeno a todo lo que estimula las sensaciones y las emociones de nuestra época, más aún cuando los referentes de la pasión amorosa tienen componentes muy distintos, y ya no cabe referirse a ellos como en la pieza antes citada: “…y cuando besa / lo hace con alma, / llevando siempre su velo nupcial.”
            (Debo aclarar que me apasiona la trova yucateca, aunque ello no me impide discriminar lo que tiene una calidad musical y literaria de lo que no; en la trova coexisten manifestaciones sublimes con otras realmente deleznables, mas las primeras valen por toda la quincalla. También debo decir que la pieza referida en estas notas me agrada por muchísimas razones, pero fundamentalmente porque a través de ella yo puedo asomarme a la subjetividad de una época y mirarla con claridad sin ser devorado por ella).

            La función expresiva que pudieran tener las referencias al beso y al velo nupcial en “Flor con alma” pueden verse realmente como metáforas vivas a través de las cuales podemos hacer una serie de predicados sobre el amor en la época en la que la pieza fue escrita. Hoy el asunto es completamente diferente y eso lo pude ver con claridad en uno de mis cursos cuando, a través de un ejercicio encaminado a hacer que los alumnos comprendan el mecanismo complejo de la metaforización, una muchacha puso el predicado exacto que —por mucho— define lo que es el amor en nuestros tiempos: “el amor es un jabón rosa Venus…”