martes, 30 de noviembre de 2010

REFLEXIÓN FRENTE AL EXCONVENTO DE SISAL


Llegas como un forastero al que sólo se le reconoce por el olor de las piedras, y tu sudor sigue siendo tan joven como cuando el peso de la luz daba a las cosas otro mediodía.


¿En dónde te miras? ¿Contra quién te miras?


Ahí están las señales otra vez y tu nombre no tiene ya algunas de sus sílabas; por eso cabes en un grano de maíz.


Para sentir el polvo de la calle te quitaste la planta de los pies y para mirar todas las gamas del azul te arrancaste los ojos. Estás en el barrio de Sisal; a dos kilómetros de ahí está enterrado tu padre, ya sin huesos; tú eres lo que queda de sus ojos en aquella tarde de julio cuando te despediste de él.


Ahora regresas como un forastero en las estancias del sueño y eres la rama de un árbol cuyo tronco es el aire. Por eso estar aquí es una forma de estar lejos.


Estás en el barrio de Sisal preguntando por el linaje del humo. No han desaparecido los espejos.


A un costado del convento está la escuela donde viste la sonrisa de tus primos. Ellos jugaban a ser pájaros de luz y tú solo los mirabas como si no supieras que hacer con tu propia sonrisa, un poco torpe, un poco insustancial, un poco pájaro asustado por sus propios miedos.


Quizá por eso ahora llegas a Valladolid como un extraño. Las huellas de tus pies están llagadas por el chechén. Tus manos siguen el rumbo de la ortiga y tu sombra permanece intacta bajo un árbol del solar de la casa de tu tía Fita, mientras tu prima Otilia te busca para compartir contigo una taza de chocolate con agua y un poco del pan que por las tardes vienen a vender desde la Villa de Espita.


¿En dónde te miras? ¿Contra quién te miras? ¿Es cierto que en 1560 estabas parado exactamente en este mismo sitio, esperando que se cumpla la cita que hiciste con tus ojos?


Ahí viene un niño en bicicleta y no eres tú.



Nunca más serás tú.


Solamente serás un forastero donde quiera que vayas.


A tu nombre se la han ido cayendo algunas sílabas.


Ahí viene otro niño en bicicleta, y no eres tú.

lunes, 1 de noviembre de 2010

LA EPOPEYA DE LA ESCRITURA


¿Dónde dejaremos nuestra impronta para los hombres del futuro? ¿Cómo quedará, cuando el libro desaparezca, documentada la huella de lo que ahora somos? ¿Qué pensará la humanidad del mañana de la desaparición de la gramática y de la abolición de la expresión manuscrita?


A veces es bueno hacer el ejercicio de pensar en lo que vendrá, apoyándonos en lo que fue. Marx hablaba de las condiciones materiales de producción como la base sobre la que se edifica todo nuestro pensamiento y aun lo que sentimos; cómo construir, por ejemplo, un sistema filosófico (con toda la complejidad que ello supone) escribiéndolo sobre una piedra o cómo conservar un poema en una tablilla de cera, fueron los primeros retos materiales que tuvo que enfrentar el acto de escribir.


Del papiro al pergamino y de ahí al papel reciclado, de las unciales (letras grandes de los primeros escritos, todas mayúsculas) a las tipografías cada vez más complejas de nuestros tiempos, de la distinción entre mayúsculas y minúsculas (imaginemos el salto cualitativo que ello supuso en la historia humana) a la separación de palabras (en los papiros de la antigüedad todas las palabras se apiñaban en el texto), de las escrituras que “seguían” la oralidad a la autonomía gráfica que se estableció con la sistematización de las diversas gramáticas, el acto de escribir se ha venido transformando en un devenir lento e imperceptible para muchos.


Pensemos, por ejemplo, en la gran posibilidad que abre el teclado de una computadora para reducir la brecha entre lo que pensamos y lo que escribimos; pensemos también, en sentido contrario, en la necesaria prudencia con que el acto de escribir era asumido por quienes practicaban caligrafías complicadas.


La escritura ha propiciado una cierta pérdida de nuestras facultades de memoria a nivel individual, pero a cambio de ello se ha erigido en la gran depositaria de la memoria humana. Por otro lado, la masificación de la lecto-escritura ha hecho que muchas personas traten de expresarse por medio de la palabra gráfica, pues saben que ella está anclada en la historia y, por lo tanto, puede manifestarnos más allá de nuestro propio tiempo.


En sociedades donde el individuo se siente cada vez más anónimo, el acto de escribir se convierte, más allá de la calidad, en un asunto de supervivencia. El problema es que mucho de lo que se escribe se queda en la virtualidad y terminará perdiéndose en ella (como sucederá con este texto) sin que podamos hacer gran cosa y tal vez sin que haya alguien a quien le interese mucho hacerlo.