miércoles, 26 de mayo de 2010

DE "OBRA APOLOGÉTICA"

APOLOGÉTICA DE LA CEBOLLA
José Díaz Cervera


De todos los dones que la naturaleza ha regalado al hombre, el de la pedagogía de la desnudez es el menos apreciado, dada su condición de ineludible fatalidad. Pruébese tal afirmación intentando retirar la piel de una cebolla.

Dicen los viejos de mi pueblo que ningún varón puede desnudar completamente a una mujer sin desollarla; esto implica un acto sedicioso a favor de la ternura, que puede verificarse en suficiencia cuando una hembra se quita los zapatos.

¿Con cuánta desnudez habríamos de conformarnos para no quedar en orfandad? Ensáyese, pues, a deponer la piel de una cebolla para domesticar el virtuosismo de desnudar a una mujer en grado necesario, ejercitando la destreza de los ojos para encontrar el punto exacto del estar vestido, siempre al borde de la aniquilación o del espasmo.

Hay algo que no vemos en nuestra pequeña desnudez; algo místico que se revela en la humedad de la cebolla, en su almizcle profundo, femenino, aromado; es algo que viene de las lágrimas y que se adhiere a las telas del corazón como una sombra en las higueras, mostrándonos la naturalidad del desollarse, la naturalidad del morir.

El hombre llora cada vez que le arranca a la cebolla un pedazo de piel, pues no ignora que en el fondo está participando en su desuello. Por eso las viejas de mi pueblo prohibían a los varones comer cebolla cruda antes de la Primera Comunión.

Podríamos entonces afirmar la vergüenza virginal y casi patológica de la cebolla, exhibiendo en su memoria blanca la amargura del error, la neblina y la melancolía de los lechos cóncavos; sin embargo, el trayecto de los ojos no abarca la pequeña redondez, y tras el primer rumor de pájaros, un pensamiento líquido viaja por la sangre hasta agotarnos en los trabajos forzosos del llanto, en los trapos llagados, en las calaveras de sal; el trayecto de los ojos no abarca la pequeña redondez ni la extrema latitud que hay en nuestra peculiar manera de sudar el frío, apenas en las arrugas del espejo.

En sus capas tiernas y jugosas, la cebolla esconde una metáfora de nuestra fe.

Pero ante la desnudez de una mujer, la cebolla es el silencio puro.

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