miércoles, 26 de mayo de 2010

UN CLAVO EN LA PARED

JOSÉ DÍAZ CERVERA


Se dice que cuanto más simbólico, abstracto y trascendente sea un lenguaje, mayor cantidad de realidad podrá sintetizar; de ahí que, cuanto más concreto, inmanente y hecho de señales, la cantidad de realidad que se sistematice a través de él habrá de ser menor. La realidad que refiere el lenguaje concreto puede ser expresada por el lenguaje abstracto mas no al revés. Si el nivel de abstracción del lenguaje escrito es, por ejemplo, superior al nivel de abstracción del lenguaje mímico ¿cómo podríamos con éste acuñar, por ejemplo, un tratado de filosofía? Aunque se pueda traducir una misma realidad a varios lenguajes, el conocimiento adquirido en cada uno de ellos es insustituible.

Así, el significado de la pobreza se puede conocer a través del idioma como un simple concepto, pero también se puede conocer como resultado de un análisis económico y/o estadístico, o bien como un conjunto de imágenes, olores, colores, texturas y sonidos que, relacionados orgánicamente, son capaces expresar a nivel conceptual ese significado. Mas aún cuando en el sentido de la pobreza se ve inmerso el sujeto con su dolor, con su frustración y con todos los resentimientos y sobresaltos que ella produce.

Una anécdota podría ayudamos a comprender lo expuesto en párrafos anteriores: a mediados de la década de los años setenta, el brasileño Augusto Boal, como parte de un proyecto de teatro popular, experimentó poner al alcance de los sectores marginados de la sociedad los medios de producción cultural que hicieran posible la expresión auténtica de su forma de mirar el cosmos. Dotando de una cámara fotográfica a niños de las favelas paulistas, les pidió imágenes que retrataran su miseria. Un niño fotografió sus zapatos rotos, otro, la casa de cartón en que vivía, uno más el lodazal y la basura que rodeaban su vivienda... Hasta aquí, la experiencia no trascendía lo evidente, es decir, la expresión concreta de una vida en condiciones infrahumanas. De pronto, un niño se presentó con la fotografía de un clavo en la pared y entonces la expresión de su miseria se hizo menos inmediata y más profunda al entrar en juego la subjetividad; la relación clara e irrebatible de la miseria con la basura, los zapatos rotos, el lodazal y los techos de cartón, es más que suficiente para expresar el dramatismo de la pobreza; pero el clavo de la fotografía, como veremos, expresaba eso y algo más en una relación que, a primera vista, pudiera parecer arbitraria y aún inexistente: un clavo en la pared y la miseria.

La explicación es simple y sorprendente: el niño ayudaba a la precaria economía familiar limpiando zapatos, y el clavo era el lugar donde colgaba su cajón al final de la jornada. ¿Cuántos asuntos podemos evocar? ¿Qué nos dice ahora ese clavo en la pared, de la desesperación, del cansancio, de los sueños rotos y de la rabia? El resumen de un día, de una semana, de una vida, es justamente el clavo que lo ata a la miseria y al hambre y a la insalubridad y a las paredes de cartón y al lodazal y a los zapatos rotos y al pantalón raído y a la persecución de la policía y a la tristeza y...

La aparente ambigüedad de un clavo en la pared despierta nuestra atención y exige un esfuerzo de interpretación que nos permite descubrir otro sentido de las cosas, otra manera de ordenar y codificar los componentes de una realidad. La imaginación toma el mando para establecer nuevas relaciones entre el sujeto y el objeto, buscando ir más allá de lo previsible y en dirección contraria al sentido común. Pero para que este acontecimiento tenga validez debe ser verosímil, es decir, debe parecerse a la realidad, debe operar a partir de ella no para sustituirla sino para expresarla con la finalidad de completar el esquema con el que el propio hombre pretende representarse a sí mismo. La imaginación es como un puente entre lo que el hombre desea saber del mundo y lo que puede saber de él. La distancia entre lo que se desea y lo que se puede la da la verosimilitud; mas quien descubre la normalidad de lo extraordinario y lo extraordinario de la normalidad es justamente la imaginación: esa instancia que introduce parte de nosotros en el mundo para imbricar lo conocido con lo desconocido y lo insólito con lo consuetudinario, inquietando nuestra sensibilidad y renovando nuestra percepción.

Es inútil decir más en un mundo de índices bursátiles que miden las señales del mercado, la cotización de la energía y el precio del acero con que se fabrican los clavos que sostienen nuestros infortunios.

2 comentarios:

Ricardo E. Tatto dijo...

Bienvenido a la blogósfera mi buen José... www.neoperiodismocultural.blogspot.com

José Díaz Cervera dijo...

Estoy dando mis primeros pasos en este mundo, pero aun no sé ni siquiera cómo decirles a mis amigos cómo entrar a mi blog: ¿Cómo lo hiciste tú?