LA DESAPARICIÓN DE
LA GRAMÁTICA
JOSÉ DÍAZ CERVERA
En una segmentación un tanto
laxa, podríamos decir que la historia se divide en pre-modernidad, modernidad y
post-modernidad. El primer tramo se
caracteriza por su estabilidad y, sobre todo, por el predominio de lo sagrado
como una manera de legitimar el orden del cosmos; su expresión típica es la
oración ritual, que es cerrada y repetitiva.
Esta es una sociedad que gira en relación a un solo texto que se
interpreta, además, de una sola manera.
El segundo segmento, el de la modernidad, se mueve con una estabilidad
mínima y se caracteriza por la adquisición de la conciencia histórica; su forma
de expresión ya no es repetitiva sino interpretativa y como mecanismo de
control de la interpretación inventó la herramienta compleja de la gramática;
la modernidad es el mundo de la plática y de la interacción, pero también de la
lectura (las primeras gramáticas castellanas se empiezan a organizar a finales
del siglo XII y se fijan a mediados del siglo XIII, en la época de Alfonso “El
Sabio”). Finalmente, en la
post-modernidad, en un estado de crisis permanente, la posibilidad de
interpretar la realidad a partir de reglas fijas se vuelve impensable, sobre
todo con una herramienta como la gramática que, llena de normas extrañas y de
excepciones, parece no tener palabra de honor.
En
un mundo que entiende la libertad como la ausencia de cualquier tipo de
determinación, los órdenes comienzan a desmontarse para abrir nuestra
percepción a nuevas posibilidades (una ética que no ancle en lo bueno, un arte
que no tenga compromisos ineludibles con lo bello y una sociedad que no fíe su
certidumbre en lo estable). Nada es
válido en todo tiempo y lugar, y ni siquiera es válido del todo: la
incertidumbre convertida en uso cotidiano. Cuando vemos entonces las graves
dificultades que tienen los jóvenes hoy día para entender un vocativo o una
forma adverbial, pareciera que hemos propiciado una imbecilización
generalizada, pero esto no es así.
Estamos, en realidad, en los albores de la desaparición de la gramática
como lugar del orden y el sentido y lo peor que nos podría suceder es caer en
el pánico; para ello es necesario que comprendamos el fenómeno.
En
el inventario de los lugares sociales donde acontece la cotidianidad, existe ahora
un no-lugar que llamamos mundo virtual, mismo que crece y se modifica según lo
ocupemos. Contrariamente a lo que sucede
en la realidad “real”, donde el espacio que ocupa un cuerpo va en detrimento
del espacio que podrían ocupar otros cuerpos, en el mundo virtual se da la
paradoja de que la ocupación “estira” el “espacio”; esto nos ha llevado a
cuestiones inéditas donde la única certidumbre es la labilidad del cosmos. Aunque las religiones sigan teniendo un enorme
peso legitimador, cada vez es más difícil encontrar a alguien que crea que el
mundo está configurado por un poder sagrado.
En la post-modernidad, Dios tiene otras funciones y, como decía mi
suegro, no se mete en pendejadas.
Así,
en un cosmos percibido como inestable, la utilidad de una herramienta normativa
como lo es la gramática resulta cada vez menos factible. En un mundo que como
el de la modernidad privilegió el debate, la gramática era absolutamente
necesaria para afinar el discurso y para controlarlo; ahora resulta
extraordinariamente oneroso debatir y mucho más útil y satisfactorio exponer
las ideas personales (aunque en ellas no siempre haya originalidad). La oración
ritual y el diálogo, al transformarse en hipertexto, construyen un discurso
móvil, vertiginoso e inaprensible, donde la diferencia entre lectura y
escritura se rompe en mil pedazos, haciendo todo extraño, huidizo y
complejo. La vida concebida como una
aventura en la que todo es posible y donde el tiempo y el espacio son ya ecuménicos
(hoy se habla de “tiempo real”), nos llevan a una revisión cotidiana de
nuestras nociones, donde resulta impracticable aquello de “Limpia, fija y da
esplendor”. Hoy parece ser que nos
movemos en los valores contrarios: “Mezcla, remueve y oscurece”.
No
caigamos en el simplismo de achacar todo a una tecnología que nos deshumaniza y
que nos ha llevado a perder capacidades.
La humanidad vivió mucho tiempo sin gramática y puede volver a hacerlo
sin que ello implique algún tipo de regresión; simplemente, la disposición para
interactuar ha generado una ampliación horizontal del mundo discursivo y con
ella un flujo sin control, desde donde nuestros paradigmas caminan hacia un
(des)orden emergente.
En
un mundo en el que día con día debemos reconsiderar la validez de nuestras
nociones y reconstruirlas y/o ajustarlas, la normatividad gramatical se vuelve
obsoleta y, por ahora, no se ve cómo podríamos ponerla al día. Esto, sin embargo, tal vez no sea una especie
de salto en el vacío.