Aprender a ejercitar un contacto crítico e inteligente con la televisión es cada día una necesidad más urgente, aunque parece que no contamos con instituciones que se ocupen del asunto.
Fuera de algunas investigaciones que se realizan en las pocas universidades del país que las promueven, ni la Secretaría de Educación ni las instancias culturales parecen tener interés en establecer algunos mecanismos que permitan al televidente defenderse frente a lo que sucede en la televisión.
Es una pena que en este país la gente pase muchas horas frente a la pantalla, y que ésta se haya convertido en el principal agente socializador, no tanto porque en sí misma sea un aparato infernal, sino porque tenemos una gran disposición a tragarnos toda la basura que mediante ella se nos ofrece.
La televisión, entonces, nos vende cualquier cosa, y nosotros parecemos tener una gran compulsión por renovar nuestro culto a sus productos, aun cuando ello dañe nuestra capacidad de discernimiento, nuestra capacidad crítica, nuestra sensibilidad y hasta nuestra conciencia moral.
Un caso concreto de lo anterior lo podemos encontrar en las emisiones más recientes de “La Academia”, el exitoso “reality show” que desde hace ya más de un lustro patrocina TV- Azteca. En el programa de marras, sucedieron tres hechos que con toda claridad nos muestran la doble moral de la televisión. El primero de ellos, probablemente el más interesante desde una perspectiva ética, se trata del caso de una muchacha que, por haber sufrido hace unas pocas semanas de una operación de columna, está en una potencial situación de riesgo, que podría incluso ser mortal, si persiste en participar en el programa. Otro hecho se relaciona con la sustracción de un teléfono celular por parte de una de las concursantes, con el cual ésta, encerrada en un baño, hizo una llamada a algún familiar. El último asunto interesante aconteció el Domingo antepasado, cuando el exnovio de una de las concursantes hizo llegar a la producción unas fotografías donde la muchacha aparecía semidesnuda.
En el primer caso, llama la atención la poca importancia que se le puede dar a la integridad física de los concursantes, pues, si hay un diagnóstico de por medio, la alumna debió haber causado baja del show sin más. El problema es que el cálculo de las ganancias que ella podría reportar tiene mayor peso que cualquier otro argumento, aunque esto se disfraza de heroísmo y sensiblería. Así, el valor supremo de la vida que las televisoras dicen defender, tanto como el cuidado de la misma, pasan a segundo plano cuando se trata de la fama y las ganancias, aunque la primera sea efímera. El mensaje es que bien vale la pena arriesgarlo todo con tal de aparecer algunos minutos en la televisión; ella nos convierte en celebridades y es nuestra única posibilidad de “ser alguien en la vida” (tal como dice la letra de la canción que se constituye en el himno de la serie: “morirte en el intento sin morir / librar toda barrera hasta subir…”). La protagonista de este suceso fue finalmente expulsada y seguramente a TV Azteca su suerte la tiene sin cuidado.
Antes de proseguir con esta aproximación al tema de la doble moral de la televisión, deseo agregar dos cosas: la primera es que no estoy en contra de que se obtenga algún tipo de ganancia cuando ésta es bien habida y se obtiene sin pisotear a nadie; la segunda es que no es muy edificante para nuestro país que sus jóvenes tengan como aspiración suprema en la vida ser parte de este “reality show”. Tendríamos que meditar a fondo este último asunto para indicar por qué este espectro aspiracional es lamentable.
Promoviendo el arribismo, la fama y la abyección como forma de entretenimiento, la televisión nos enseña que no importan nuestro nivel de ignorancia o nuestras limitaciones intelectuales, sino aprender a jugar el juego del doblez (hay, en esta emisión de la Academia —llamada pomposamente Bicentenario—, un invidente que es bastante desafinado, pero que “conecta” —como dicen los “críticos”— con el público y eso es lo valioso en la escala móvil y acomodaticia de valores de quienes se llenan los bolsillos con la nobleza de un espectador al que no se le ofrecen alternativas).
El segundo ejemplo de la relatoría que comenzamos en la primera parte de estas notas, el de la concursante que hurtó un teléfono, es patético. De acuerdo con las reglas del juego, ella debió haber sido expulsada por algo que se considera una falta grave que consiste en establecer contacto con el exterior. Pero de acuerdo con la ley y la ética, ella cometió un robo, sin más, por lo que debió haber sido expulsada y consignada ante la autoridad competente. Los hechos, sin embargo, constituyen una magnífica lección para entender cómo funciona la doble moral televisiva.
A la concursante se le permitió interpretar la canción que había preparado para el show (hasta ese momento el público desconocía los hechos). Al final, y antes de recibir los comentarios de “los críticos”, la directora de La Academia pidió la palabra para exhibirla, indicando, además, que como castigo pasaría de manera directa a una instancia desde la que podría ser expulsada. Aquí lo interesante es el manejo mediático: el público decidiría con su voto (lo cual implica abrir una fuente alterna de ingresos para el programa) si la concursante es expulsada o se le da una nueva oportunidad; debajo, sin embargo, de este exhibicionismo y de esta burda comercialización de un delito, hay otros asuntos, pues parece ser que para la televisión no es tan importante delinquir como ser descubierto (aquí la doble moral aparece en todo su esplendor). La culpabilidad o inocencia de alguien se relativiza y la ley y la moral se convierten entonces en hechos subastables —lo cual es grave en una sociedad como la nuestra, donde la criminalidad ha alcanzado niveles nunca vistos y aun va en aumento—.
Independientemente de ello, se pisoteó la dignidad de la concursante (recordemos que los Derechos Humanos nos amparan a todos, incluso a los delincuentes) y ella estuvo conforme con la situación, pues nada es demasiado frente a la expectativa de obtener una ración (aunque sea mínima) de fama (“… cuesta subir la cuesta…”).
¿Cómo nos defendemos de todo esto? ¿Quién tendrá la voluntad política de enfrentarse a este monstruo? ¿Cómo es que aprendimos la malsana habilidad para tragar tanto excremento?
Finalmente tenemos el caso de la concursante que posó con poca ropa para ser fotografiada por su novio, quien después quiso vender (y lo más seguro es que lo haya hecho) las imágenes a la producción del programa.
Aquí el asunto alcanza niveles de cinismo, pues estas imágenes fueron exhibidas en cadena nacional sin ningún pudor y sin importar el daño moral y emocional que se hacía a los padres de la joven cantante, quien vio pisoteada su dignidad y su intimidad no sólo por una expareja sin escrúpulos, sino por la propia televisora con la que firmó un contrato leonino. Lo peor de todo es que la muchacha ha decidido continuar en ese juego que se constituye como la gran aspiración de muchos jóvenes mexicanos.
La pobreza emocional, la pereza mental, la ignorancia y la miseria humana parecen ser los ingredientes del éxito que se promueven en la Academia. Por revolcarse en esos lodos, muchos de nuestros jóvenes darían la vida misma, manifestando con ello una forma perversa de entender el mundo.
A veces parece que hemos empezado de manera decisiva a cancelar nuestro futuro. diacervera@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario