No siempre la noción de lo sucio se relaciona con la falta de higiene. Digamos mejor que en nuestra cultura lo sucio es sólo aquello que está fuera de su sitio o más bien dispuesto de manera tal que rompa la supuesta armonía de una situación.
Así los pobres no son pobres sino sucios y es necesario evitar su presencia anómala en ciertos sitios, de la misma manera que lo hacemos con cualquier otro elemento perturbador.
Es curiosa la noción de lo limpio y lo sucio en la que solemos transitar. Nadie, por ejemplo, envolvería una empanada con un par de calcetines, aun cuando éstos estuviesen perfectamente limpios; lo “natural e higiénico” es hacerlo con servilletas de papel, de las cuales, sin embargo, no tenemos la menor idea de sus condiciones de limpieza. Aquí las comillas no son solamente un recurso para hablar en sentido figurado, pues sucede que, al parecer, naturaleza e higiene son dos cosas que se contraponen conceptualmente.
La noción de limpieza que resulta de las afirmaciones anteriores es también interesante, pues se vincula con la necesidad de colocar todo en su lugar mucho más que con el principio básico de lavar, pulir y restregar. El lugar más fácil de limpiar es aquél que dispone lo necesario para ocultar todo aquello que resulta indeseable a la vista.
Los gobiernos e instituciones que se esfuerzan —a veces de muy buena fe, pero no siempre— en poner todo en su lugar, se mueven más bien en afanes purificadores que los han llevado a cometer crímenes espeluznantes, como aconteció con el proyecto de limpieza étnica de los nazis, en Alemania.
Limpiar es quitar lo que sobra, lo que incomoda, lo que funciona como una mancha sobre nuestra mala conciencia; así lo ha pensado siempre la ultraderecha que en lugares como Brasil ha proyectado un sistema de combate a la pobreza matando niños de la calle, o como acontece en México, donde disentir y ejercer la crítica se han ido convirtiendo cada vez más en una anomalía, tal y como sucedió con Carmen Aristegui (cuyo relevo al frente de un informativo radiofónico fue gestado desde la Secretaría de gobernación), como sucede con el acoso fiscal a muchos medios de comunicación o como el caso del joven ganador de un premio de ciencia y tecnología a quien Felipe Calderón debió premiar hace algunas semanas.
En ese acto, el joven científico mexicano fue detenido por elementos del Estado Mayor Presidencial cuando le dijo al ocupante de Los Pinos “espurio e indecente”. Con su actitud, este joven ensució un acto público y rompió el orden siempre condescendiente de los actos presidenciales, recordándonos que en este país se traicionó por lo menos la constitucionalidad. Fue como poner una cereza sobre la inmundicia. Como ofender al excremento llamándolo materia fecal.
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