No recuerdo con precisión las fechas, pero hace poco menos de un año, si no estoy equivocado, un par de jóvenes adolescentes denunciaba al cantante Kalimba por una supuesta violación, lo cual desató un escándalo que llamó (quizá de muy mala manera) la atención de la opinión pública.
Y digo que de muy mala manera, porque la televisión se encargó de exonerar al cantante y de señalar con suspicacia a las jóvenes acusadoras por haber accedido a acompañarlo a altas horas de la madrugada hasta el hotel donde éste se hospedaba.
Con el paso de los días, una de las jóvenes retiró sus acusaciones contra el cantante, y acusó a su compañera de urdir una trampa abyecta para lucrar con el posible escándalo. El caso es que Kalimba salió libre, aunque los términos de su liberación los desconozco por completo.
Más allá, sin embargo, de la manera en que el caso se resolvió jurídicamente, lo que debemos ponderar es la otra “solución” que esta sociedad machista le dio al asunto, pues en el caso de una de las acusadoras (la que decidió retirar los cargos de manera voluntaria) encontramos que TV Azteca le “abrió” las puertas para una probable carrera como actriz (misma que se frustró muy rápidamente) e incluso la hizo aparecer en alguno de sus teledramas, mientras que la otra, de nombre Daiana y quien reiterara sus acusaciones contra el cantante, apareció hace unos días posando desnuda en una revista para caballeros.
Dejando de lado cualquier moralismo ramplón, el corolario de este enredo es digno de análisis, pues con él se redondea la condena pública orquestada por los medios electrónicos contra estas mujeres, y se reiteran los niveles de violencia que esta sociedad puede ejercer en función de las relaciones de género.
En una entrega anterior referida a este suceso, llamé la atención en torno a la inferencia curiosa que se obtenía a partir del hecho de que dos mujeres aceptaran acudir con un grupo de desconocidos al hotel en que éstos se hospedaban, pues de ahí se derivaba necesariamente un cuestionamiento a la honorabilidad de las mismas, ya que ninguna muchacha decente aceptaría departir con hombres en sus propias habitaciones a altas horas de la madrugada (sin querer pecar de inocencia, no debemos perder de vista que ambas jóvenes eran entonces menores de edad y que estaban frente a una celebridad mediática, lo cual le da una dimensión específica a los hechos); a partir de aquí, entonces, se obtenían conclusiones curiosas y absurdas: la primera, que toda mujer que rebase los límites de un comportamiento considerado como decente debería tolerar cualquier vejación (incluso el ser violada) y, la segunda, que todo hombre en una situación como la descrita es un violador en potencia.
Así, independientemente de cómo se hayan dado los hechos de aquella noche, el discurso operó siempre inculpando a esas mujeres de su desgracia, lo cual hizo de este caso uno de los más representativos de la manera en que se ejerce en nuestro país la violencia de género.
Meses después, y una vez que los aspectos legales del asunto tomaron su rumbo, Daiana, la mujer que sostuvo su acusación contra Kalimba, se convirtió en mayor de edad, lo cual la hizo jurídicamente responsable de sus actos. Haciendo uso de esas facultades, la muchacha aceptó un contrato para posar desnuda en una revista, hecho que nos permite ahora mirar con claridad cómo se completó el círculo violento sin que siquiera su propia protagonista tenga consciencia de ello.
La posición de víctimas necesarias en las que de antemano estaban colocadas estas dos mujeres, queda perfectamente oculta entre la moralina y el chisme mediático; ahí entonces se pierde la dimensión de una sociedad que no es capaz de ofrecer un proyecto coherente para los jóvenes y que, además, propicia que éstos se inicien sexualmente a una edad en la que no tienen consciencia para entender las implicaciones físicas y emocionales del ejercicio de la sexualidad, hecho que, en el contexto de una sociedad con altos niveles de discriminación por causa de género, se convierte en una bomba de tiempo.
De esta manera, la desnudez de Daiana confirma el discurso con el que se emprendió la defensa mediática de Kalimba (que implicaba una apología de la violencia de género), pues desde el principio se planteó la tesis de que nada bueno había de esperar de dos mujeres menores de edad que se metían a un centro nocturno como edecanes y después se iban a continuar la fiesta con los invitados. Ergo: ellas son responsables de su violación (si es que ésta aconteció) o, al menos, del estupro de que fueron objeto.
Y mientras que, para muchos, las fotografías de la joven residente de Chetumal confirman su perversidad, para aquellos que estamos haciendo un esfuerzo por entender (a veces muy trabajosamente) la violencia estructural que hay en la manera en que establecemos nuestras relaciones de género, tales imágenes sólo confirman la gran violencia que hay en nuestra sociedad para con la mujer y cómo incluso ésta puede estar muy cómoda en ese estado de cosas, pues no tiene consciencia de lo que está pasando.
En todo este caso, más allá de culpabilidades e inocencias, lo que hay es una gran burla a la dignidad humana, pues aunque ahora pudiéramos conjeturar que Daiana es jurídicamente culpable de una calumnia, a nivel sociológico ella es la víctima propiciatoria de un sistema que hace de las mujeres objetos meramente ornamentales. La misma sociedad machista y violenta que puso a Daiana en un bar de Chetumal y después en un cuarto de hotel, ahora la hace posar desnuda para una revista, confirmando, para quienes no pueden ver más allá de sus narices, la vocación indecente de esta joven.
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