Cuando se inauguró la Ciudad Universitaria, en la primera mitad de los años cincuenta del siglo pasado, la comunidad estudiantil decidió que era tiempo de tener una presencia mucho más activa en la Capital del país. Así, la avenida de acceso a las instalaciones que, si no me equivoco, se llamaba Miguel Alemán, empezó a ser denominada con su nombre actual: Avenida Universidad.
La historia se hizo de manera muy simple: todas las mañanas los universitarios sobreponían a la nomenclatura el nombre que ellos habían decidido para esa arteria y al gobierno capitalino no le quedó más remedio que oficializar una nueva denominación para ella.
Ahora que nuestras oligarquías nos impusieron un monumento a los conquistadores españoles (que nos trajeron muchísimas desgracias y se llevaron la poca riqueza que aquí había), se hace necesario que establezcamos un nuevo pacto con nuestros espectros históricos pues muchos son los agravios recibidos como para que todavía tengamos que homenajear a quienes nos pisotearon.
Desde luego que los sectores más reaccionarios de Mérida, que piensan en herencias de sangre, de religión y de lengua, ven con muy buenos ojos el proyecto de hacer un monumento a los Montejo. Pero, bien visto, ninguno de sus argumentos tiene peso suficiente, sobre todo si tomamos en cuenta que en algunos de ellos se encierran pensamientos fascistoides y ostensiblemente racistas.
¿Cómo conseguir una reivindicación histórica sin que seamos nuevamente atropellados y sin desconocer lo que, lamentablemente, es un hecho consumado? Los conquistadores vinieron a saquear, impusieron su fe sobre la de otros hombres a los que llamaron paganos e idólatras; nos dieron ciertamente una lengua hermosa, pero a cambio de socavar el universo lingüístico lleno de magia y de poesía con que los hombres de estas tierras se comunicaban.
¿Por qué habríamos de homenajear a aquellos que incluso dudaron de nuestra cabal humanidad, la cual sólo admitieron por conveniencia, ya que muchos de ellos se habían amancebado con indias y, por tanto, si ellas no eran consideradas seres humanos, ellos habrían caído en el pecado mortal de zoofilia?
El mestizaje es una realidad, y por ello no debemos albergar rencores por el pasado, pero tampoco debemos olvidar y mucho menos rendir culto a quienes no tuvieron piedad por el hombre de estas tierras, esa piedad cristiana que tanto pregonan hoy día muchos de los que siguen pisoteando la dignidad de los indios y de muchos mestizos. Esa piedad que muchos españoles no han aprendido hoy día a tener (recordemos el caso de la muchacha guatemalteca salvajemente golpeada en un estación del metro en Madrid).
No sé si podamos hacer algo para revertir el atropello que ya se consumó. El monumento a los conquistadores es un insulto para todos, una agresión que no debe dejarnos con los brazos cruzados.
Utilizando entonces los mismos argumentos de la oligarquía local, renombremos el Paseo de Montejo y pongámosle Paseo del Mestizaje (ya alguna vez se llamó efímeramente Nachi-Cocom, pero la burguesía se encargó de que ese proyecto abortara). Busquemos la manera de que la salida a Progreso tenga un gran monumento al indio maya para que así saldemos algunas deudas históricas, al menos a nivel simbólico. Rebauticemos la calle 60 con el nombre de Calle de los Indios, sólo así comenzaremos a tener una ciudad de la cual sentirnos orgullosos, no este ominoso enclave fracturado en la calle 63, que divide a los que viven incluso con grandes lujos y mucha prepotencia, de los que sobreviven miserablemente.
Mérida nos merece a todos y debe ponerse a la altura del tiempo, no solamente abriendo grandes avenidas para los automóviles lujosos, sino dando una señal de equidad que sea un ejemplo para el mundo y un coto para el abuso de los poderosos locales. Me parece justo que reconozcamos la parte española de nuestra herencia mestiza, pero no que besemos la mano que nos hizo daño y mucho menos dejar de reconocer que los verdaderos dueños de estas tierras todavía siguen por aquí.
Asimismo, no debemos caer en la trampa de que porque en Mérida existen avenidas como Cupules o Itzáes, todo el crisol de nuestra cultura está representado en la Capital yucateca. Cupules e Itzáes son linajes o, si se quiere, dinastías, y, por tanto, esas nomenclaturas no honran tanto al pueblo de a pie como a una élite. Ello es perfectamente coherente con la idea de que son las oligarquías las que hacen que el mundo funcione, tal y como la reacción quiere hacernos creer. A fin de cuentas, la nomenclatura permite legitimar una visión del mundo que los habitantes de Mérida —por fortuna— ya no compartimos.
Así, haciendo uso de nuestro derecho a la ciudad y a la Historia, me uno a la idea del Pbro. Raúl Lugo para tirar la estatua de los Montejo, y añado a ella la propuesta de cambiarle de nombre al Paseo y a otras calles, para que la reivindicación empiece a tomar forma. Sólo pido que éste sea un acto ciudadano y no el botín político de algún partido o de algún personaje perverso.
No esperemos hasta el 12 de octubre, comencemos las acciones ya.
José Díaz Cervera
1 comentario:
Los conquistadores españoles no "nos" trajeron muchísimas desgracias, se las trajeron a los mayas que vivieron en estas tierra hace ya casi medio milenio. Usas mucho el "nos", como si fuéramos las mismas personas todavía, o sus descendientes directos.
No hay duda de que hay herencia de sangre, de lengua, de cultura, y cierta deuda por la incorporación al mundo occidental, por traer el legado de la civilización occidental a estas tierras.
Ahora nos parece absurdo, pero es lógico, que en su posición, los españoles dudaran de la humanidad de los indígenas.
Cambiar el nombre a avenidas es problemático, crea confusión. Lo que se hace es poner nombre a avenidas que aún no lo tienen. En vez de usurpar, de querer reescribir la historia, elijan calles sin nombre y propongan uno.
El llamado de Lugo es a la ilegalidad y el vandalismo. Omites que en Ciudad Universitaria intentaron dinamitar la estatua a Miguel Alemán ¿de verdad queremos hacer ese tipo de cosas en Mérida?
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